Poco a poco, la mayoría de los jugadores de PC van tomando conciencia de la importancia del monitor. O, como mínimo, de aquellos factores que definen su calidad en igual o incluso mayor medida que el número de pulgadas. Nits, contraste, espacio de color… son solo algunos aspectos antiguamente ignorados y que ahora cobran especial protagonismo.
Pero, de entre todos estos detalles, hay dos que sobresalen por encima de todos: el refresco y la latencia. Algunos modelos de la familia gaming de ASUS hacen especial énfasis en estos y otros detalles críticos mediante el uso de la tecnología G-Sync de Nvidia, que mejora considerablemente la experiencia de juego. Tanto que incluso pueden suponer una ventaja competitiva. Pero, antes, conozcamos mejor qué es cada cosa.
Comprendiendo la importancia del refresco
Desde el salto a la tecnología LCD y hasta hace relativamente poco tiempo, todos los monitores de PC funcionaban normalmente a 60 Hz. Este número quiere decir que la pantalla actualiza el contenido gráfico que estamos visualizando a una tasa de 60 imágenes por segundo. A diferencia de lo que sucedía en la era de los monitores CRT, esta actualización no se realiza en forma de barrido, lo que implica que la imagen es perfectamente estable y está desprovista de parpadeos.
Una tasa de 60 FPS puede ser adecuada para ofimática básica, pero no siempre es la mejor opción cuando pedimos más a nuestro PC. Esto es algo que podemos apreciar con claridad cuando movemos rápidamente el ratón. ¿Ves cómo el desplazamiento del ratón no es totalmente suave? Esto es así porque a nivel interno se está moviendo mucho más deprisa de lo que puede plasmar la pantalla.
Esencialmente, la velocidad de refresco define la tasa máxima de fotogramas que puede mostrar. Y esto, a su vez, la máxima fluidez que es capaz de alcanzar. A mayor velocidad de refresco (que es lo mismo que decir a mayor número de Hz), mayor fluidez. Es así de simple. Por ejemplo, un ROG Swift PG27UQ, tiene una frecuencia de refresco de hasta 144 Hz, permite alcanzar 144 FPS reales.
El problema que encontramos a continuación es que no todos los monitores con una buena tasa de refresco poseen un sistema para gestionarla de forma dinámica. De esta forma, si estamos jugando a un FPS muy exigente a nivel de hardware, seremos plenamente conscientes de los desequilibrios registrados durante el juego. Un monitor que funcione de forma fija a 120 Hz y ejecute un juego que se baje frecuentemente a 60 FPS experimentará problemas de calidad de imagen.
El tearing, que es como se conoce este desagradable efecto, se puede apreciar cuando al mover la cámara la imagen en pantalla se parte horizontalmente en dos como si alguien la hubiera recortado con unas tijeras. Se produce porque el monitor está funcionando a mucha mayor rapidez que la tarjeta gráfica. Pantalla y GPU no se ponen de acuerdo a la hora de mostrar la última imagen, produciéndose una desincronización.
Existe una forma de evitarlo. Algunos juegos incorporan soporte para V-Sync o sincronización vertical, que hace que la tarjeta gráfica «espere» al monitor marcándose artificialmente un límite de FPS (30 FPS, por ejemplo) y sincronizándose con él. Elimina el tearing de un plumazo, pero limita drásticamente la cantidad de FPS y puede alterar gravemente la jugabilidad al aumentar artificialmente otro valor crítico: la latencia de entrada.
El creciente interés por reducir al mínimo la latencia de entrada
También conocida como input lag, la latencia de entrada de un monitor es el tiempo que necesita una pantalla para mostrar una imagen desde que es generada por la tarjeta gráfica. Este lapso se mide en milisegundos.
Un buen monitor gaming como el ROG Swift PG27VQ brinda una velocidad de refresco ultrarreducida. Esto significa que el tiempo que pasa desde que el PC ejecuta un disparo y se muestra en pantalla es imperceptible para el ojo humano. Por contra, un monitor ofimático puede tener fácilmente un input lag de 60 ms o incluso más.
En ese contexto notaremos problemas, puesto que se puede apreciar un retraso muy pequeño, pero muy molesto entre nuestras órdenes y lo que vemos en la pantalla. Incluso si la velocidad en FPS es estable y relativamente fluida, se genera una sensación desconcertante. Esa desconexión entre nuestros dedos y el ojo no solo nos puede despistar, sino que puede hacer posible que nuestros enemigos en ‘Counter-Strike’ parezcan estar en nuestras miras cuando ya han salido fuera de las mismas.
Por este motivo, una latencia de entrada muy baja es crítica en entornos de juego competitivos. Lo saben muy bien los consoleros aficionados a los juegos de lucha. Y con títulos como ‘Street Fighter V’ en todas las plataformas, ahora también lo están descubriendo muchos jugadores de PC aunque no sean aficionados a los FPS. Cuando te estás jugando el KO con un milímetro en la barra de vida, no te puedes permitir que tus puñetazos salgan con retraso.
G-Sync llega para cambiar las normas del juego
La solución a todos estos problemas reside en el refresco adaptativo. En lugar de bloquear los FPS sin aprovechar toda la capacidad de refresco del PC y forzar la introducción de latencia, los monitores dotados con G-Sync pueden modificar su velocidad de actualización al vuelo para sincronizarse con la tasa de fotogramas de la tarjeta gráfica. Nadie espera a nadie. En lugar de ello, el monitor sincroniza sus Hz con los FPS.
La tecnología G-Sync está presente en monitores como los ROG Swift PG349Q y ROG Swift PG35VQ, que alcanzan tasas de refresco de hasta 120 y 200 Hz, respectivamente. Se adapta a cualquier resolución para ajustarse a todas las configuraciones de hardware (QHD para los amantes de los FPS más elevados o 4K para los que precian el máximo detalle) y es compatible con cualquier formato estándar de imagen, por lo que podemos encontrarlo en modelos 16:9 como el Swift PG27UQ o 21:9 curvado como el ROG Swift PG349Q de 34 pulgadas, con una sensación absolutamente envolvente. Hasta funciona en ventanas separadas.
Ahora bien, existen diferencias entre el refresco adaptativo convencional, tal y como lo define la asociación VESA, y la tecnología G-Sync. Nvidia se ha propuesto marcar el estándar en calidad de imagen y rendimiento, y es por ello que los monitores G-Sync integran una FGPA. Esto significa que cada pantalla G-Sync tiene su propio procesador, por lo que nuestro PC no tiene que realizar gestión alguna.
Derivar el trabajo de la sincronización de vídeo a una FPGA posibilita que todo el rendimiento de nuestro PC se vuelque en el juego. Además, G-Sync permite adaptar la velocidad de refresco muy por debajo de los 60 Hz, por lo que si la velocidad de juego se desploma a 50 FPS o incluso menos, se mantiene la sincronización en todo momento. Esto no es posible con otras tecnologías de refresco adaptativo.
A todo esto se suma un tipo de G-Sync especialmente exigente: G-Sync Ultimate. Los monitores con esta etiqueta brindan todas las ventajas de la tecnología G-Sync y las potencian con otras como soporte para HDR y retroiluminación FALD por zonas. El ROG Swift PG35VQ es uno de estos monitores.
Dado el uso de hardware adicional y un proceso de certificación propio, los monitores G-Sync pueden costar más que otros. Pero a cambio, la fluidez de juego y su rendimiento están muy por delante. No apreciaras cuánto hasta que lo veas con tus propios ojos.
Imágenes | ASUS, Nvidia